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2 de julio de 2013

Entender las protestas en Brasil y Chile

A primera vista es paradójico que las últimas semanas hayan registrado violentas protestas en Brasil y Chile.


Ambos países tienen regímenes democráticos estables, con libertad de prensa y respeto a los derechos humanos. Ambos han vivido más de diez años seguidos de crecimiento económico.

Unos 40 millones de brasileños salieron de la pobreza desde que el socialdemócrata Partido de los Trabajadores llegó al poder hace más de una década. El acceso al crédito se ha masificado en Brasil y la desigualdad social se ha reducido.

En Chile, durante veinte años, sucesivos gobiernos de distinto signo político han continuado -con matices- el modelo económico liberal instaurado en los años 80. Como consecuencia, los chilenos nunca habían sido tan prósperos: el país está a punto de llegar a un ingreso de US$ 20.000 por persona al año, umbral tradicionalmente considerado de país desarrollado.

Especialmente paradójico suena también que las protestas en Chile hayan sido protagonizadas por estudiantes quejándose de la educación pública. Hoy casi la mitad de los jóvenes chilenos llega a la universidad, y más de la mitad de los estudiantes universitarios son hijos de padres que no tuvieron esa opción.

Difíciles de entender entonces las protestas en Brasil y Chile, sobre todo en el marco de sus países vecinos. Hay más pobreza en la mayoría de los restantes países latinoamericanos, mayor inestabilidad política en muchos de ellos, más violencia en varios, guerrilla en algunos. Y unos pocos sin libertad de prensa ni verdadera democracia. ¿No sería más razonable que hubiera protestas en esos países aproblemados en lugar de hacerlo en Chile y Brasil?

Al mirar el panorama mundial, se percibe algo parecido. Ha habido protestas masivas este año enTurquía y Egipto, dos naciones relativamente prósperas del Medio Oriente en que los gobiernos han sido elegidos por votación popular.

Entender estas manifestaciones es difícil y quizá por eso mismo sea más necesario entenderlas.

Las protestas de Chile y Brasil son señales de malestar surgido en grupos cuya calidad de vida y nivel de educación han mejorado. Los descontentos del Brasil y del Chile de hoy -y probablemente también los de Turquía y Egipto- son personas que perciben que las cosas han mejorado para ellos, pero que no han mejorado lo suficiente.

Más aún, perciben que la sociedad en que viven no ha cambiado nada en lo sustancial, que puede haber un poco más de dinero en sus bolsillos pero que la riqueza se sigue repartiendo desigualmente. Y como tienen más educación, entienden mejor que los puntales éticos del capitalismo -la meritocracia y la igualdad de oportunidades- no se han cumplido ni tienen esperanza de cumplirse. El crecimiento ha hecho crecer las expectativas de la gente y los gobiernos tendrán que hacerse cargo de esa realidad.

Otro punto importante es la espontaneidad de las protestas. Han surgido de la gente y no de sindicatos o partidos políticos. Puede que algunos grupos organizados estén participando de las manifestaciones, pero su origen ha sido espontáneo. Y como cada protesta se coordina y se desarrolla descentralizadamente por medio de redes sociales como Facebook y Twitter, es imposible planificarlas de antemano. Una foto de represión policial en un punto de una marcha de protesta se sube a Twitter y hace reaccionar a los manifestantes de toda la marcha, aunque estén a 20 cuadras de distancia.

En Brasil, los manifestantes han puesto el tema de la corrupción y la mala asignación de fondos públicos en el centro del debate. Bien por ellos. Lo mismo se debe decir de los estudiantes chilenos, que han puesto en el centro del debate la calidad de la educación.

Esos temas son claves en cada país para mejorar la situación de sus ciudadanos. Brasileños y chilenos hoy tienen más que antes. Ahora exigen no sólo que haya más sino mejor. Y los gobiernos han comenzado a escucharlos.

EDITORIAL AE

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