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23 de julio de 2013

¿Qué le impide a A. Latina convertirse en una superpotencia alimentaria?

John Nash*
Las Naciones Unidas calculan que a medida que la población alcanza los 9.000 millones hacia 2050, se duplicará la demanda de alimentos a nivel mundial, y buena parte de ese crecimiento corresponderá a los países en desarrollo.

Si bien las desoladoras predicciones de Malthus y de una larga línea de neomalthusianos aún no se han materializado, de todas maneras uno debe preguntarse cómo hacer para alimentar todas esas bocas hambrientas.

¿Qué deberá pasar para asegurarse que las últimas crisis alimentarias no se conviertan en rasgos permanentes del mundo venidero? Si bien los países de América Latina y el Caribe son bastante heterogéneos en cuanto a su potencial productivo, en general están bien equipados para contribuir a solucionar este reto.

La región siempre gozó de fuertes ventajas comparativas en términos de producción agropecuaria, como lo indica no solo su posición como exportador neto de alimentos sino también sus significativas ‘ventajas comparativas reveladas’.

Estas ventajas comparativas se deben mayormente a sus riquezas naturales, especialmente tierras y agua. De las 445,6 millones de hectáreas potencialmente aptas para la expansión sostenible del área cultivada, alrededor de 28% se encuentran en la región, más que en ninguna otra excepto África subsahariana.

Cuestiones de accesibilidad magnifican este potencial aún más: la región posee el 36% de las 262,9 millones de hectáreas de dichas tierras situadas a seis horas o menos del mercado más cercano. La región también está bien dotada de recursos hídricos renovables, con alrededor de un tercio de los 42.000 kilómetros cúbicos a nivel mundial.

Si bien el comercio de productos agropecuarios disminuyó como porcentaje del comercio total mundial, su valor creció significativamente en términos absolutos; además, la región aumentó su cuota dentro de este creciente mercado, de un 8% en la década de 1990 a alrededor de 13% hoy en día. Y por supuesto, el crecimiento agropecuario es crucial a la hora de mejorar el ingreso en áreas rurales, donde se concentra la pobreza.

Alimentando a los hambrientos. Por lo tanto, hasta ahora América Latina y el Caribe han hecho más de lo que les correspondía en términos de ayudar a alimentar a un mundo hambriento, y a la vez se han beneficiado enormemente. Sin embargo, un reciente estudio diagnóstico de las limitaciones que impiden una mayor expansión revela que en el futuro la región podría hacer mucho más si mejora sus mejores políticas externas e internas y cuenta con las inversiones apropiadas.

El estudio -Exportaciones agropecuarias de la región América Latina y el Caribe: aprovechar el comercio para alimentar el mundo y promover el desarrollo- halló que, en promedio, las actuales exportaciones agropecuarias de la región enfrentan barreras más altas que las de cualquier otra región con la excepción de Asia oriental y el Pacífico, y que las consecuencias más perniciosas resultan de las medidas no arancelarias.

Asimismo, las manufacturas de la región enfrentan barreras más bajas que los productos agropecuarios, generando un sesgo antiagropecuario en el régimen comercial externo. Además, las exportaciones de algunos de los principales productores de alimentos de América Latina sufrieron heridas autoinfligidas; algunos gobiernos revertieron parcialmente las reformas regulatorias de la década de 1990, e incluso impusieron contribuciones y controles a la exportación (particularmente en Argentina).

Dada la importancia comercial de la agricultura para la región y la importancia de la misma como proveedora internacional de alimentos, convendría que todo el mundo redujera las barreras comerciales lo más pronto posible, siendo las medidas no arancelarias una cuestión prioritaria. Los beneficios globales que se obtendrían de implementarse las propuestas que se negocian en la Ronda de Doha podrían llegar a $160.000 millones anuales. Esto se pone de manifiesto en el reciente Examen Global de la Ayuda para el Comercio de la Organización Mundial de Comercio en Ginebra.

Apostando a los biocombustibles. Reformar el comercio mundial de biocombustibles es especialmente importante a la hora de asegurar que América Latina y el Caribe puedan aumentar su contribución a la oferta mundial de alimentos mientras minimizan las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero.La liberalización del comercio de biocombustibles aumentaría la competencia en este sector, mejorando la eficiencia, reduciendo costos, y permitiéndoles a los productores más eficientes del mundo ampliar su participación en el mercado de los biocombustibles. Por ejemplo, producir un litro de etanol de caña de azúcar en Brasil insume la mitad de la tierra necesaria para producir el mismo litro a partir del maíz en los EE.UU.

Transferir parte de la producción de los EE.UU. a Brasil ayudaría a reducir la cantidad de tierra desviada de la producción de alimentos. Sin embargo, las actuales políticas de promoción de biocombustibles y las barreras comerciales distorsionan los patrones internacionales de comercio e impiden este cambio; al mismo tiempo imponen un elevado costo a las poblaciones de los países que los emplean. Claro que para aprovechar completamente estas ventajas, Brasil debería expandir su producción sin deforestar la tierra. Pero como indica un reciente informe sobre desarrollo bajo en carbono, el país posee abundantes pasturas que podrían utilizarse de manera más productiva para estos cultivos.

Mientras trabajan por un acuerdo mundial, los países latinoamericanos también pueden adoptar medidas por sí mismos. Ya han reducido sustancialmente el sesgo antiexportador y antiagropecuario de sus regímenes comerciales, aunque este sesgo sigue siendo importante en algunos países; reducirlo podría impulsar la expansión de las exportaciones.

Gravando a los vecinos. Como mínimo, los países deberían evitar políticas que ‘empobrecen a los vecinos’ como la imposición de derechos o controles de exportación o la reducción temporaria y ad hoc de los aranceles de importación durante las subas en el precio de los alimentos. Estas políticas hasta cierto punto aíslan al mercado doméstico, pero amplifican la severidad de los vaivenes en los precios internacionales, endilgando los costos del ajuste a otros. Los países también podrían aprovechar mejor sus acuerdos comerciales preferenciales, tanto bilaterales como plurilaterales, para tratar asuntos que no están bien cubiertos por los compromisos ante la OMC, sobre todo para reducir los efectos adversos de las medidas no arancelarias. En este sentido, Chile ha utilizado sus acuerdos comerciales bilaterales para su provecho.

El informe también revela que mejorar la infraestructura y la logística comercial tiene una importancia crucial para el futuro de las exportaciones agropecuarias. El Índice de Desempeño Logístico (IDL) muestra que el desempeño de ALC en materia logística es bastante bueno comparado con las demás regiones en desarrollo, aunque aún está muy lejos de los países de ingreso alto y medio alto. En general, los cálculos econométricos indican que si la región mejora su infraestructura dura (puertos, ferrocarriles, etc.) hasta los estándares de la OCDE, sus exportaciones agropecuarias aumentarían casi un 50%, y aún más si mejora su ‘infraestructura blanda’ (logística y facilitación del comercio).

Leyendo nuestra bola de cristal, trabajamos con el Instituto Internacional de Investigaciones sobre Políticas Alimentarias para modelar varios escenarios futuros de cambio climático y desarrollo socioeconómico. En lo que consideramos el ‘escenario de referencia’ más probable, para el año 2050 América Latina y el Caribe estaría contribuyendo con un tercio de las exportaciones de carne y frutas, la mitad de las exportaciones de oleaginosas, y 10% de las exportaciones de granos. Bajo otros escenarios, estas proporciones serían menores en algunos aspectos y mayores en otros. Aunque en casi todos, el porcentaje de la región en algunas de las principales categorías de alimentos sería más elevado que en la actualidad.

En general, el mensaje es claro: la región de América Latina y el Caribe está preparada para expandir su producción y ayudar a alimentar el mundo. Aunque alcanzar este potencial demandará la adopción de decisiones inteligentes a futuro, tanto a nivel mundial como en los países de la región.

AE
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*John Nash es economista líder del Departamento de Desarrollo Sostenible del Banco Mundial en la región de América Latina y el Caribe, donde trabaja en temas de desarrollo rural, medio ambiente, desarrollo social, energía, infraestructura, desarrollo urbano y suministro de agua. Es uno de los autores de "Recursos naturales en América Latina y el Caribe: ¿más allá del ciclo de auge y caída?". Previamente trabajó como asesor económico de la Comisión de Comercio Federal. Posee un doctorado en economía de la Universidad de Chicago.

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