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30 de octubre de 2012

LAS 95 TESIS DE MARTÍN LUTERO

Con sus 95 tesis, Martín Lutero quiso impulsar una reforma de la Iglesia Católica Romana, pero sin proponérselo se convirtió en fundador de una segunda confesión cristiana.

Martín Lutero (1483-1546) oficiaba desde 1514 como sacerdote en la Iglesia de la ciudad de Wittenberg. Su comunidad apreciaba al popular predicador que se había hecho notar por su talento retórico. A menudo se quedaba en su cuarto absorto leyendo la Biblia. Lutero quería descifrar a través de las Sagradas Escrituras la relación entre Dios y los hombres. Una relación que hacía mucho había quedado aclarada, según la Iglesia Católica: Dios se dirigía a los hombres a través del Papa en Roma y a través de los representantes del Santo Padre, los sacerdotes y obispos. Con ello la Iglesia de Roma podía reclamar para sí la interpretación universal de la Biblia y establecer sanciones a quienes contravinieran sus reglas. 

95 tesis contra los abusos de la Iglesia 

Martín Lutero, en cambio, hizo una nueva interpretación de los Evangelios del Nuevo Testamento, que derivó en otro paradigma cristiano. Para él no había una “mediación apostólica” en la relación entre Dios y los hombres. Lo único que valía eran las Sagradas Escrituras (primacía de las Escrituras), Jesucristo (primacía de Cristo) y la gracia de Dios (primacía de la gracia y de la fe). El detonante de la Reforma fue el comercio de indulgencias, cuyos beneficios iban a ser destinados a la construcción de la Basílica de San Pedro en Roma, pero también a mantener el lujoso estilo de vida del Papa Leo X (1475-1521), que se encontraba siempre notoriamente al borde de la bancarrota. 

Cuando Martín Lutero escribió sus 95 tesis en la habitación de su vivienda de párroco de la Iglesia de Wittenberg, buscaba únicamente poner un alto a lo que él consideraba anomalías en la Iglesia Católica Romana (la secularización, la evasión del celibato). No era su intención entrar en conflicto con el Papa ni tampoco fundar su propia Iglesia. Por ello no clavó tampoco las tesis ese memorable 31 de octubre de 1517 en la puerta de la Iglesia de Wittenberg, sino que las envió para su discusión a colegas y amigos. Ese día no fue un revolucionario, sino un monje preocupado por la salvación de las almas de los miembros de su comunidad. La reacción a las tesis, que se propagaron rápidamente, convirtió a ese angustiado monje en un revolucionario que trastornó de manera perdurable el mundo medieval y cuyos efectos en la historia no tienen parangón. 

El reformador fuera de la ley – Lutero no se desdice 

El Papa Leo X intentó llamar al orden al monje de Wittenberg amenazándolo con la excomunión, anatemas y en abril de 1521 con un proceso ante la Dieta Imperial de Worms, sin éxito. Martín Lutero no se desdijo de sus tesis en Worms, lo que fue documentado con una “proscripción imperial” (Reichsacht) y acto seguido fue declarado fuera de la ley. En su posterior huída de los alguaciles de la Inquisición, Lutero no sólo pudo contar con un amplio apoyo entre la población, sino sobre todo con la ayuda del príncipe elector de Sajonia, Federico III “el Sabio” (1463-1525). El príncipe elector ocultó a Lutero en el Castillo de Wartburg, donde bajo el seudónimo de Caballero Jorge (JunkerJörg) se dedicó a traducir el Nuevo Testamento al alemán. 

Por una parte sus enseñanzas se propagaron rápidamente en el continente europeo. Pero por la otra, el conflicto con la Iglesia Católica, como se pasó a autodenominar la Iglesia romana del Papa, fue adquiriendo dimensiones cada vez más violentas. Ambos bandos comenzaron a armarse. Ese conflicto religioso desembocó finalmente en la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), tras la cual la libertad religiosa en Alemania y Europa quedó sellada a través de tratados. 

LOS 95 TESIS DE MARTÍN LUTERO 

1. Cuando nuestro Señor y Maestro Jesucristo dijo: "Haced penitencia...", ha querido que toda la vida de los creyentes fuera penitencia. 

2. Este término no puede entenderse en el sentido de la penitencia sacramental (es decir, de aquélla relacionada con la confesión y satisfacción) que se celebra por el ministerio de los sacerdotes. 

3. Sin embargo, el vocablo no apunta solamente a una penitencia interior; antes bien, una penitencia interna es nula si no obra exteriormente diversas mortificaciones de la carne. 

4. En consecuencia, subsiste la pena mientras perdura el odio al propio yo (es decir, la verdadera penitencia interior), lo que significa que ella continúa hasta la entrada en el reino de los cielos. 

5. El papa no quiere ni puede remitir pena alguna, salvo aquella que él ha impuesto, sea por su arbitrio, sea por conformidad a los cánones. 

6. El papa no puede remitir culpa alguna, sino declarando y testimoniando que ha sido remitida por Dios, o remitiéndola con certeza en los casos que se ha reservado. Si éstos fuesen menospreciados, la culpa subsistirá íntegramente. 

7. De ningún modo Dios remite la culpa a nadie, sin que al mismo tiempo lo humille y lo someta en todas las cosas al sacerdote, su vicario. 

8. Los cánones penitenciales han sido impuestos únicamente a los vivientes y nada debe ser impuesto a los moribundos basándose en los cánones. 

9. Por ello, el Espíritu Santo nos beneficia en la persona del Papa, quien en sus decretos siempre hace una excepción en caso de muerte y de necesidad. 

10. Mal y torpemente proceden los sacerdotes que reservan a los moribundos penas canónicas en el purgatorio. 

11. Esta cizaña, cual la de transformar la pena canónica en pena para el purgatorio, parecer por cierto haber sido sembrada mientras los obispos dormían. 

12. Antiguamente las penas canónicas no se imponían después sino antes de la absolución, como prueba de la verdadera contrición. 

13. Los moribundos son absueltos de todas sus culpas a causa de la muerte y ya son muertos para las leyes canónicas, quedando de derecho exentos de ellas. 

14. Una pureza o caridad imperfectas traen consigo para el moribundo, necesariamente, gran miedo; el cual es tanto mayor cuanto menos sean aquéllas. 

15. Este temor y horror son suficientes por sí solos (por no hablar de otras cosas) para constituir la pena del purgatorio, puesto que están muy cerca del horror de la desesperación. 

16. Al parecer, el infierno, el purgatorio y el cielo difieren entre sí como la desesperación, la cuasi-desesperación y la seguridad de la salvación. 

17. Parece necesario para las almas del purgatorio que a medida que disminuya el horror, aumente la caridad. 

18. Y no parece probado, sea por la razón o por las Escrituras, que estas almas estén excluidas del estado de mérito o del crecimiento en la caridad. 

19. Y tampoco parece probado que las almas en el purgatorio, al menos en su totalidad, tengan plena certeza de su bienaventuranza ni aun en el caso de que nosotros podamos estar completamente seguros de ello. 

20. Por tanto, cuando el Papa habla de remisión plenaria de todas las penas, no significa simplemente el perdón de todas ellas, sino solamente el de aquellas que el mismo impuso. 

21. En consecuencia, yerran predicadores de indulgencias que afirman que el hombre es absuelto a la vez que salvo de toda pena, a causa de las indulgencias del Papa. 

22. De modo que el Papa no remite pena alguna a las almas del purgatorio que, según los cánones, ellas deberían haber pagado en esta vida. 

23. Si a alguien se le puede conceder en todo sentido una remisión de todas las penas, es seguro que ello solamente puede otorgarse a los más perfectos, es decir, a muy pocos. 

24. Por esta razón, la mayor parte de la gente es necesariamente engañada por esa indiscriminada y jactanciosa promesa de la liberación de las penas. 

25. El poder que el Papa tiene universalmente sobre el purgatorio, cualquier obispo o cura lo posee en particular sobre su diócesis o parroquia. 

26. Muy bien procede el Papa al dar la remisión a las almas del purgatorio, no en virtud del poder de las llaves (que no posee), sino por vía de la intercesión. 

27. Mera doctrina humana predican aquellos que aseveran que tan pronto suena la moneda que se echa en la caja, el alma sale volando. 

28. Cierto es que, cuando al tintinear, la moneda cae en la caja, el lucro y la avaricia puede ir en aumento, más la intercesión de la iglesia depende solo de la voluntad de Dios. 

29. ¿Quién sabe, acaso, si todas las almas del purgatorio desean ser redimidas? Hay que recordar lo que, según la leyenda, aconteció con San Severino y San Pascual. 

30. Nadie está seguro de la sinceridad de su propia contrición y mucho menos de que haya obtenido la remisión plenaria. 

31. Cuan raro es el hombre verdaderamente penitente, tan raro como el que en verdad adquiere indulgencias; es decir, que él tal es rarísimo. 

32. Serán eternamente condenados junto con sus maestros, aquellos que crean estar seguros de su salvación mediante una carta de indulgencias. 

33. Hemos de cuidarnos mucho de aquellos que afirman que las indulgencias del Papa son el inestimable don divino por el cual el hombre es reconciliado con Dios. 

34. Pues aquellas gracias de perdón solo se refieren a las penas de la satisfacción sacramental, las cuales han sido establecidas por los hombres. 

35. Predican una doctrina anti-cristiana aquellos que enseñan que no es necesaria la contrición para los que rescatan almas o confeccionalia. 

36. Cualquier cristiano verdaderamente arrepentido tiene derecho a la remisión plenaria de pena y culpa, aun sin carta de indulgencias. 

37. Cualquier cristiano verdadero, sea que esté vivo o muerto, tiene participación en todos los bienes de Cristo y de la Iglesia; esta participación le ha sido concedida por Dios, aun sin cartas de indulgencias. 

38. No obstante, la remisión y la participación otorgadas por el Papa no han de menospreciarse en manera alguna, porque (como ya he dicho) constituyen un anuncio de la remisión divina. 

39. Es difícil hasta para los teólogos más brillantes, ensalzar al mismo tiempo, ante el pueblo, la prodigalidad de las indulgencias y la verdad de la contrición. 

40. La verdadera contrición busca y ama las penas, pero la profusión de las indulgencias relaja y hace que las penas sean odiadas; por lo menos, da ocasión para ello. 

41. Las indulgencias apostólicas deben predicarse con cautela, para que el pueblo no crea equivocadamente que deben ser preferidas a las demás buenas obras de caridad. 

42. Debe enseñarse a los cristianos que no es la intención del Papa, en manera alguna, que la compra de indulgencias se compare con las obras de misericordia. 

43. Hay que instruir a los cristianos que aquel que socorre al pobre o ayuda al indigente, realiza una obra mayor que si comprare indulgencias. 

44. Porque la caridad crece por la obra de caridad, y el hombre llega a ser mejor; en cambio no lo es por las indulgencias, sino a lo más, liberado de la pena. 

45. Debe enseñarse a los cristianos que el que ve a un indigente y, sin prestarle atención, da su dinero para comprar indulgencias, lo que obtiene en verdad no son las indulgencias papales, sino la indignación de Dios. 

46. Debe enseñarse a los cristianos que, si no son colmados de bienes suficientes, están obligados a retener lo necesario para su casa y de ningún modo derrocharlo en indulgencias. 

47. Debe enseñarse a los cristianos que la compra de indulgencias queda librada a la propia voluntad y no constituye obligación. 

48. Se debe enseñar a los cristianos que, al otorgar indulgencias, el Papa tanto mas necesita cuanto desea una oración ferviente por su persona, antes que dinero en efectivo. 

49. Hay que enseñar a los cristianos que las indulgencias papales son útiles si en ellas no ponen su confianza, pero muy nocivas si, a causa de ellas, pierden el temor de Dios. 

50. Debe enseñarse a los cristianos que si el Papa conociera las exacciones de los predicados de indulgencias, preferiría que la basílica de San Pedro se redujese a cenizas antes que construirla con la piel, la carne y los huesos de sus ovejas. 

51. Debe enseñarse a los cristianos que el papa estaría dispuesto - como es su deber- a dar de su peculio a muchísimos de aquellos a los cuales los pregoneros de indulgencias sonsacaron el dinero, aun cuando para ello tuviera que vender la basílica de San Pedro, si fuera menester. 

52. Vana es la confianza en la salvación por medio de una carta de indulgencia, aunque el comisario y hasta el mismo Papa pusieran su propia alma como prenda. 

53. Son enemigos de Cristo y del Papa los que, para predicar indulgencias, ordenan suspender por completo la predicación de la palabra de Dios en otras iglesias. 

54. Oféndase a la palabra de Dios, cuando en un mismo sermón se dedica tanto o más tiempo a las indulgencias que a ella. 

55. Ha de ser la intención del Papa que si las indulgencias (que muy poco significan) se celebran con una campana, una procesión y una ceremonia, el evangelio (que es lo más importante) deba predicarse con cien campanas, cien procesiones y cien ceremonias. 

56. Los tesoros de la iglesia, de donde el Papa distribuye las indulgencias, no son ni suficientemente mencionados ni conocidos entre el pueblo de Cristo. 

57. Que en todo caso son temporales resulta evidente por el hecho de que muchos de los pregoneros no los derrochan, sino más bien los atesoran. 

58. Tampoco son los méritos de Cristo y de los santos, porque estos siempre obran, sin la intervención del Papa, la gracia del hombre interior y la cruz, la muerte y el infierno del hombre exterior. 

59. San Lorenzo dijo que los tesoros de la iglesia eran los pobres, mas hablaba usando él término en el sentido de su época. 

60. No hablamos exageradamente si afirmamos que las llaves de la iglesia (donadas por el mérito de Cristo) constituyen ese tesoro. 

61. Está claro, pues, que para la remisión de las penas y de los casos reservados, basta con la sola potestad del Papa. 

62. El verdadero tesoro de la iglesia es el sacrosanto evangelio de la gloria y de la gracia de Dios. 

63. Empero este tesoro es, con razón, muy odiado, puesto que hace que los primeros sean postreros. 

64. En cambio, el tesoro de las indulgencias, con razón, es sumamente grato, porque hace que los postreros sean primeros. 

65. Por ello, los tesoros del evangelio son redes con las cuales en otros tiempos se pescaban a hombres poseedores de bienes. 

66. Los tesoros de las indulgencias son redes con las cuales ahora se pescan las riquezas de los hombres. 

67. Respecto a las indulgencias que los predicadores pregonan con gracias máximas, se entiende que efectivamente lo son en cuanto proporcionan ganancias. 

68. No obstante, son las gracias más pequeñas en comparación con la gracia de Dios y la piedad de la cruz. 

69. Los obispos y curas están obligados a admitir con toda reverencia a los comisarios de las indulgencias apostólicas. 

70. Pero tienen el deber aun más de vigilar con todos sus ojos y escuchar con todos sus oídos, para que esos hombres no prediquen sus propios ensueños en lugar de lo que el Papa les ha encomendado. 

71. Quien habla contra la verdad de las indulgencias apostólicas, sea anatema y maldito. 

72. Mas quien se preocupa por los excesos y demasías verbales de los predicadores de indulgencias, sea bendito. 

73. Así como el Papa justamente fulmina excomunión contra los que maquinan algo, con cualquier artimaña de venta en perjuicio de las indulgencias 

74. Tanto más trata de condenar a los que bajo el pretexto de las indulgencias, intrigan en perjuicio de la caridad y la verdad. 

75. Es un disparate pensar que las indulgencias del Papa sean tan eficaces como para que puedan absolver -para hablar de algo imposible- a un hombre que haya violado a la madre de Dios. 

76. Decimos, por el contrario, que las indulgencias papales no pueden borrar el más leve de los pecados veniales, en cuanto concierne a la culpa. 

77. Afirma que si San Pedro fuese Papa hoy, no podría conceder mayores gracias, constituye una blasfemia contra San Pedro y el Papa. 

78. Sostenemos, por el contrario, que el actual Papa, como cualquier otro, dispone de mayores gracias: el evangelio, las virtudes espirituales, los dones de sanidad, etc., como se dice en 1ª Corintios 12. 

79. Es blasfemia aseverar que la cruz con las armas papales llamativamente erecta, equivale a la cruz de Cristo. 

80. Tendrán que rendir cuenta los obispos, curas y teólogos, al permitir que charlas tales se propongan al pueblo. 

81. Esta arbitraria predicación de indulgencias hace que ni siquiera, aun para personas cultas, resulte fácil salvar el respeto que se debe al Papa, frente a las calumnias o preguntas indudablemente sutiles de los laicos. 

82. Por ejemplo: ¿Por qué no vacía el purgatorio a causa de la santísima caridad y la muy apremiante necesidad de las almas -lo cual sería la más justa de todas las razones si él redime un número infinito de almas a causa del muy miserable dinero para la construcción de la basílica- lo cual es un motivo completamente insignificante? 

83. Del mismo modo: ¿Por qué subsisten las misas y aniversarios por los difuntos y por qué el Papa no devuelve o permite retirar las fundaciones instituidas en beneficio de ellos, puesto que ya no es justo orar por los redimidos? 

84. Del mismo modo: ¿Qué es esta nueva piedad de Dios y del Papa, según la cual conceden al impío y enemigo de Dios, por medio del dinero, redimir un alma pía y amiga de Dios, y por qué no la redimen más bien, a causa de la necesidad, por gratuita caridad hacia esa misma alma pía y amada? 

85. Del mismo modo: ¿Por qué los cánones penitenciales que de hecho y por el desuso desde hace tiempo están abrogados y muertos como tales, se satisfacen no obstante hasta hoy por la concesión de indulgencias, como si estuviesen en plena vigencia? 

86. Del mismo modo: ¿Por qué el Papa, cuya fortuna es hoy más abundante que la de los más opulentos ricos, no construye tan solo una basílica de San Pedro de su propio dinero, en lugar de hacerlo con el de los pobres creyentes? 

87. Del mismo modo: ¿Qué es lo que remite el Papa y que participación concede a los que por una perfecta contrición tienen ya derecho a una remisión y participación plenarias? 

88. Del mismo modo: ¿Qué bien mayor podría hacerse a la iglesia si el papa, como lo hace ahora una vez, concediese estas remisiones y participaciones cien veces por día a cualquiera de los creyentes? 

89. Dado que el papa, por medio de sus indulgencias, busca más la salvación de las almas que el dinero, ¿Por qué suspende las cartas e indulgencias ya anteriormente concedidas, si son igualmente eficaces? 

90. Reprimir estos sagaces argumentos de los laicos solo por la fuerza, sin desvirtuarlos con razones, significa exponer a la iglesia y al papa a la burla de sus enemigos y contribuir a la desdicha de los cristianos. 

91. Por tanto, si las indulgencias se predicasen según el espíritu y la intención del papa, todas esas objeciones se resolverían con facilidad o más bien, no existirían. 

92. Que se vayan pues todos aquellos profetas que dicen al pueblo: de Cristo: "Paz, paz; y no hay paz. 

93. Que prosperen todos aquellos profetas que dicen al pueblo: "Cruz, cruz" y no hay cruz. 

94. Es menester exhortar a los cristianos que se esfuercen por seguir a Cristo, su cabeza, a través de penas, muertes e infierno. 

95. Y a confiar en que entraran al cielo a través de muchas tribulaciones, antes que por la ilusoria seguridad de paz.

MUSUQ CHASKI/IMPACTO EVANGELISTICO

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