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11 de junio de 2013

Repudio árabe hacia Hezbolá

Esther Shabot*
El Hezbolá, partido y agrupación guerrillera chiita libanesa, gozó de una gran popularidad en buena parte del mundo árabe en el pasado. Su activismo contra Israel fue suficiente para garantizarle simpatías y respaldos acríticos a pesar de ser un instrumento manejado y apoyado por Irán, país respecto al cual existe un profundo antagonismo en el conglomerado árabe sunnita. La guerra contra Israel del verano de 2006 protagonizada por Hezbolá constituyó uno de los momentos en que esta agrupación recibió un espaldarazo casi unánime de los países y las masas árabes, no obstante el costo inmenso de esa guerra para Líbano. Su líder máximo, Hassan Nasrallah, se convirtió entonces en un ícono alabado por muchos debido a su arrojo y su incendiaria retórica. Las voces críticas a Hezbolá dentro del mundo árabe fueron escasas y mantuvieron un bajo perfil, en la medida en que el combate contra Israel fungía como una causa prioritaria a la cual había que apoyar.

Hoy las cosas son bien distintas. Medios de comunicación y políticos árabes no se muerden la lengua para expresar su condena y desprecio hacia el Hezbolá por el papel que está jugando dentro de la atroz guerra civil que vive Siria. Las oleadas de guerrilleros que por miles han llegado a suelo sirio para reforzar el aparato militar represivo de Bashar al-Assad han sido clave para la recuperación de espacios que habían caído en manos de la oposición rebelde. 

El miércoles pasado, por ejemplo, fuerzas leales a Al-Assad, apuntaladas sólidamente por Hezbolá, recapturaron la estratégica localidad de Quseir después de más de dos semanas de férreos combates que provocaron incontables víctimas, la huida masiva de la población civil y la destrucción de cientos de edificios. Este operativo fue completado este sábado con la captura de la aledaña aldea de Buwayda, con lo que se consolida así el control gubernamental de un área cercana a la frontera libanesa que era usada por los rebeldes para su abasto de armas y pertrechos.

La participación activa de Hezbolá en esta campaña ya no pudo permanecer oculta una vez que los funerales de los combatientes de esta organización se llevaron a cabo en un suburbio sureño de Líbano y ante la mirada de la ciudadanía libanesa, crecientemente temerosa de la fuerza que Hezbolá ha alcanzado y que se manifiesta de igual modo en el escenario doméstico del País de los Cedros. De hecho, ya desde 2008, cuando las huestes de Nasrallah se desplegaron belicosamente en el propio Beirut, matando, secuestrando y cerrando aeropuertos y caminos, quedó asentada la hegemonía de esa agrupación en detrimento tanto del resto de las corrientes políticas y étnico-religiosas que conforman al mosaico libanés, como del propio ejército nacional de ese país cuyo poderío militar es sin duda inferior.

Pero si en 2006, cuando la guerra contra Israel, y en 2008, cuando la toma de Beirut, los gobiernos de los países árabes hermanos podían hacerse de la vista gorda ante los hechos, hoy la situación es distinta. La prensa árabe de estos días vocifera contra Hezbolá y su dirigente Nasrallah, porque es ya inocultable que los objetivos centrales de Hezbolá están ligados, más que a ninguna otra causa, a servir a los intereses regionales de Irán -y en consecuencia, del régimen de Bashar al-Assad-. Ahora no es sólo Occidente el que clasifica a Hezbolá como una organización terrorista, sino que los países árabes del Golfo han decidido también asumir oficialmente esta consideración como propia al responsabilizar a esta agrupación chiita libanesa tanto como al propio Al-Assad, del asesinato de miles y miles de sirios. A un lado de los numerosos problemas internos que le agobian, el mundo árabe sunnita enfrenta hoy la gigantesca amenaza encarnada por Hezbolá, y en consecuencia por Irán. Tal amenaza se ha convertido sin duda en el eje central alrededor del cual gravita la mayoría de sus decisiones y dilemas políticos y militares.

Esta columna fue publicada originalmente en Excelsior/AE

*Esther Shabot Askenazi es licenciada en Sociología de la UNAM (1980, México), con estudios de maestría en Sociología en la UNAM y con especialización en Estudios Judaicos en la Universidad Iberoamericana (1982-1985). De 1983 a 1986 fue colaboradora semanal del periódico "El Nacional", tratando asuntos del Oriente Medio. Desde 1986 hasta la fecha es editorialista semanal en el periódico Excélsior, donde trata asuntos internacionales.

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