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14 de junio de 2013

Promesas y peligros con China

Hace pocos días se supo que, para fines de este año, la computadora más rápida del planeta estará funcionando en el Centro Nacional de Supercomputadoras en Guangzhou, China. Bajo el nombre de Tianhe-2 o Vía Láctea-2, la máquina es el resultado de un emprendimiento privado-estatal, que conforman una empresa local llamada Inspur y la Universidad Nacional de Tecnología en Defensa. Para comprender la relevancia de este logro hay que decir que la velocidad a la que funcionará (54, 9 petaflops) casi equivale a la velocidad sumada de las 500 computadoras más rápidas del mundo en 2011. Hoy, dentro de ese listado, la máquina más rauda pertenece a EE.UU. Y dentro de las 100 más veloces, cinco ya son chinas y sólo una es latinoamericana (en manos de Petrobras). Si extendemos la comparación a las 250 primeras, China dispone de 20 y nuestra región apenas dos (nuevamente el aporte es brasileño y pertenece al Instituto Nacional de Pesquisas Espaciales).

Las supercomputadoras no se usan sólo para asuntos de defensa o predicción climática, sino también en bancos, petroleras, automotrices y compañías de Internet. La imparable emergencia de China en estos sectores muestra que la nación asiática quiere ser ahí, como en el resto, la número uno. Ello incluye, también, al comercio. ¿De qué forma puede sacar provecho Latinoamérica de ello? ¿Le conviene? No son los líderes chinos quienes nos darán las respuestas correctas. 

Ellos ya saben lo que buscan de la región: materias primas baratas y compradores fieles para sus cada vez mejores manufacturas. De allí que la visita de esta semana del premier chino, Xi Jinping, a Trinidad Tobago, Costa Rica y México sirva para decir que el viaje del líder del PCCh es mucho más que una simple gira que busca promover el comercio. De partida -un analista chino lo expresó crudamente: “Ellos (Estados Unidos) vienen a nuestro patio trasero. Nosotros vamos al patio trasero de ellos”- se trata de una señal hacia Washington, quien recientemente firmó acuerdos con Birmania, nación tradicionalmente satélite de China. Nadie duda que existan elementos geopolíticos en la visita. De esa forma, si bien el paso por Trinidad Tobago quizás ligue más en el aspecto comercial (la nación caribeña es un gran productor de petróleo y gas, productos que explican el 80% de sus exportaciones, y China siempre está ansiosa de diversificar sus proveedores energéticos), el arribo a Costa Rica se relaciona más con lo segundo, ya que es un actor desproporcionado y merecidamente influyente en los foros multilaterales (a quien China premió financiándole el mayor estadio del país por cortar sus relaciones con Taiwán). En el caso de México, un antiguo competidor que ha devenido en gran cliente (e incipiente exportador), nación con un largo récord de autonomía política en la escena mundial, se mezclan ambas intenciones.

No obstante, hay que decir que China es relevante para Centroamérica y el Caribe por la pequeñez y debilidad de sus economías y que México, naturalmente, tenderá a tener los lazos comerciales y políticos más fuertes con el NAFTA, en particular con EE.UU. y Canadá. Hay una excepción en el área, Cuba. Pekín ahí puede ejercer una influencia económica y social, imposible para Washington, que impulse una mayor liberalización y sofisticación de su economía. Empresas chinas del sector agrícola podrían, por ejemplo, instalarse en La Habana y dinamizar la productividad cubana. 

Más allá de lo anterior, es en Sudamérica dónde la relación con el antiguo Imperio Medio está llena de oportunidades trascendentes y riesgos más amplios. Y no sólo en tiempo potencial. En la última década el comercio bilateral entre la región y China se ha expandido 20 veces. Y las naciones más favorecidas han sido las andinas y las del cono sur. La explicación es simple: el gigante asiático se ha convertido, en cifras de 2010, en el principal importador de hierro (60,5%), soja (58%), metales no ferrosos (32,7%) y cobre (27,5%) del mundo. Las consecuencias de ello para los países sudamericanos son vigorosas, pero un poco menos de lo que suele pregonarse. En apariencia no parece así, dado que casi el 65% de las exportaciones de hierro de Brasil van a China, el 83% de la soja argentina también y en Chile -siguiendo cifras de 2010- el cobre representó 82% del total de sus ventas a China (US$14.248 millones), lo que explica por qué el país asiático es el principal comprador del país. En 2011, la nación del Pacífico Sur le vendió un total de US$18.600 millones. Más que a EE.UU. y Canadá juntos (US$10.523) y a la Unión Europea (US$16.105). Pero Chile es un caso extremo en la región, lo cual no quiere decir nada malo. En un interesante análisis del comercio entre China y Latinoamérica, realizado por la oficina de Hong-Kong de BBVA, se señala que las exportaciones chilenas a la nación esteasiática explican 9% de su PIB. Ratio que cae a 2% en los casos de Argentina y Brasil. Esto se debe al impacto menor del comercio internacional en las economías de estos dos países (con la relativamente sorprendente evidencia de que la economía brasileña está expuesta exactamente la mitad al comercio internacional que la de Argentina, 9% contra 18%).

De hecho, en términos estrictos, un trabajo del Professor Rhys Jenkins de la Universidad de East Anglia (Inglaterra), sobre cifras de 2002 a 2007, estimó que la demanda china contribuye sólo 0,34% al crecimiento del PIB anual de Chile. Cifra que cae a 0,05% en Brasil y 0,02% en Argentina. Las conclusiones para el BBVA son evidentes: las declaraciones de que China ha salvado a Latinoamérica de los efectos de la crisis financiera son exageradas y es la demanda doméstica la que sostiene el crecimiento. Sin embargo, tal análisis no considera un dato fundamental: dado que sólo el poderoso crecimiento de China (más una cierta especulación) explica y sostiene los precios altos de las commodities antes citadas, en un mundo donde Europa y EE.UU. han demandado menos de todo, China sí ha salvado al menos a Argentina, Brasil, Chile y Perú de estancarse. Por lo tanto, que ahora la mesa tenga cuatro y no sólo las tres patas compradoras tradicionales (EE.UU., Europa y Japón) es una muy buena noticia para Sudamérica. La mala es que el patrón de ventas de materias primas y desindustrialización se ha acentuado. No es culpa de China, sino de una mezcla de efecto precio (de las commodities), revaluaciones de las monedas locales (originada en una macro de monedas ingenua) y una ceguera política que va de izquierda a derecha, que lleva a una cooperación muy deficiente entre privados y gobiernos para impulsar la innovación en áreas de punta.

¿Hay una salida? Para la Cepal -en el libro "China y América Latina y el Caribe, Hacia una relación económica y comercial estratégica", de Osvaldo Rosales y Mikio Kuwayama- sí: grupos de países de la región deben negociar con China franca y abiertamente el modo de lograr una mejor y mayor inserción en las cadenas de valor que se están formando en ese país, a la vez que se articula un marco que se oriente a incentivar inversiones chinas centradas en ámbitos de la región que mejoren su productividad y diversifiquen sus economías, lo cual es importante en energía, infraestructura y tecnología. Y no que sean sólo inversiones destinadas a derivar en economías de enclave, peligro latente que ya nos ocurrió con EE.UU. y Europa. No hacerlo, supondrá para Sudamérica (en el momento en que China eventualmente modere su demanda o encuentre reemplazos más económicos) arriesgarse a lo que hoy le ocurre a México con esa nación: en 2012 el país azteca importó US$57.000 millones en bienes desde China, pero sólo le exportó US$5.721 millones. 

Frente a China, Latinoamérica no debe de ser cándida. En estas tierras, Pekín busca algo más que asegurar una cadena de abastecimiento y un espacio inversor en propiedades y tierras, donde colocar sus excedentes de capital. Aunque, por ahora, las empresas de esa nación son muy buenos clientes, está por verse si tal bondad se sostendrá como socios comerciales a largo plazo. En cuanto al ámbito de la inversión, lo que se ha visto de tal actividad en África no es del todo halagüeño. Allí Pekín no tiene pudor de asociarse y sostener a algunos regímenes hostiles a las libertades y dignidades más básicas. Por ello, el cómo se proyecte la relación Latinoamérica-China a largo plazo va a depender también de la posibilidad, o no, de compartir ciertos valores comunes. Y así como la región debe respetar la particular historia China y no ser frívola al respecto de sus valores, tampoco puede ilusionarse con tomar como partner estratégico integral a un gigante para quien las libertades políticas y cívicas son un bien desechable. O un peligro.

AE

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