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14 de marzo de 2013

Hugo Chávez 1954-2013: crónica de una muerte anunciada

Queda hoy en evidencia la irresponsabilidad de Hugo Chávez al buscar su reelección en octubre pasado, a sabiendas de los problemas que podría causar a su país.

Mientras se preparan los arreglos funerarios se preparan también las candidaturas y las estrategias para las elecciones presidenciales, que necesariamente enfrentarán al chavismo y al antichavismo en una Venezuela probablemente más dividida que nunca antes en su historia. Venezuela está al borde de una crisis política que se agudizó en las largas semanas en que Chávez yacía invisible y silencioso en una cama de hospital, primero en Cuba y luego en Venezuela.

La constitución venezolana dice que, al morir el presidente, asume el vicepresidente y hay que hacer elecciones en un plazo de 30 días. El vicepresidente, el poco carismático Nicolás Maduro, ya ocupa la presidencia desde diciembre pasado y, en su calidad de heredero ungido por el caudillo, es el candidato natural del oficialismo.

Pero en el chavismo hay dos grupos. Uno es el de los civiles, encabezado por Maduro. El otro es de los militares, encabezado por el presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, quien tiene el apoyo de los militares y del dinero. Hasta el momento, ambos grupos se han mostrado unidos y han posado juntos frente a las cámaras, pero nadie sabe cómo se mostrarán una vez que se hayan silenciado las trompetas funerarias.

En la tradicionalmente dividida oposición, la unidad que trajo Henrique Capriles para las elecciones presidenciales no parece haber sido duradera. En la coyuntura, es razonable pensar que el gobernador del estado de Miranda será el único candidato opositor.

Habrá que ver si el gobierno y la oposición logran montar una campaña presidencial con un horizonte de 30 días -una muestra más de la debilidad constitucional de la Venezuela forjada por Chávez-, pero el triste legado del caudillo en los planos constitucional o político puede ser menos grave que la herencia que deja su gobierno en materia económica.

Venezuela con Chávez vivió 14 años de derroche petrolero en favor de los pobres, lo cual trajo un cambio fundamental al país. Millones de pobres dejaron de sentirse excluidos y marginalizados, y le dieron a Chávez no sólo sus votos sino una fidelidad rayana en el ardor religioso.

Pero el derroche chavista ha tenido como efecto que la situación económica y financiera de Venezuela esté peligrosamente deteriorada. El gasto público se disparó desenfrenadamente en los meses previos a cada elección presidencial, y la de octubre pasado no fue excepción, dándole todas las veces la victoria a Chávez y quintuplicando la deuda externa de Venezuela.

A estas alturas, el país se está quedando sin dinero y sin gente que le quiera prestar. Con la inflación a punto de desatarse y una escasez de dólares que contrasta con lo que pasa en todo el resto de América Latina excepto Argentina, el país tuvo que devaluar hace pocos días, lo cual traerá más presión inflacionaria.

Llegue quien llegue el poder, tendrá que frenar el gasto público y comenzar a pronunciar la palabra austeridad. Y que se corte la llave de dinero que hoy subsidia a los pobres puede traer una crisis de gobernabilidad de impredecibles consecuencias.

Si a esto sumamos el odio que se ha ido incubando entre chavismo y oposición en los últimos 15 años, además del progresivo debilitamiento de las instituciones por causa del gobierno unipersonal, el pronóstico no es bueno.

La preocupación no es sólo venezolana. A toda América Latina le conviene convivir una Venezuela estable, democrática y en paz. El imposible sueño bolivariano de Chávez debe ser rescatado con un proyecto regional de consenso, más realista y de largo plazo.

Pase lo que pase -y AméricaEconomía espera que prime la cordura-, quienquiera suceda al caudillo tendrá que gobernar con instituciones débiles, grupos fanáticamente antagonistas y problemas económicos graves. Todo esto es lo que hoy hereda Venezuela de Hugo Chávez y su miope revolución.

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