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12 de septiembre de 2013

Objetivos para la felicidad del milenio

Christian Kroll* 

Durante septiembre, los líderes mundiales se darán cita en Nueva York para hacer un balance de los esfuerzos realizados con miras al cumplimiento de los Objetivos del Milenio. Con el fin de hacer una propuesta sobre qué debiera sucederles, revisarán tanto los resultados de las consultas mundiales como el Informe del Panel de Alto Nivel[1]. 

El mundo ha cambiado mucho desde finales de los 2000. Por lo mismo, para la formulación de una Agenda para el desarrollo Post-2015, resulta crucial considerar las perspectivas innovadoras que han emergido durante los últimos 15 años. Probablemente, en el ámbito de las políticas públicas, el enfoque más interesante y con un mayor potencial revolucionario sea aquel basado en la nueva ciencia de la felicidad. La “economía de la felicidad” es un nuevo campo que pretende identificar aquello que hace realmente feliz a las personas. Para esto, se basa en encuestas que preguntan a los ciudadanos: “En general, ¿qué tan satisfecho se encuentra usted con su vida?” o “¿Qué tan feliz es usted? Más que dejar que los expertos definan desde su escritorio lo que determina una buena vida, la economía de la felicidad nos permite identificar los factores importantes para el bienestar de las personas, tal cómo ellas lo experimentan. 

Cuando se formularon los ODM, la economía de la felicidad apenas existía. Antes del 2000, menos de cinco artículos científicos por año trataban el tema del “bienestar subjetivo”, el término académico para designar felicidad y satisfacción con la vida. Sin embargo, durante la última década, este número ha crecido enormemente. El Informe Mundial de la Felicidad lanzado el año pasado en las Naciones Unidas, es fiel reflejo de este ascenso. 

La influyente Comisión Stiglitz-Sen-Fitoussi que sirviera de fuente de inspiración para numerosas iniciativas nacionales orientadas a redefinir nuestra concepción de progreso, concluyó el año 2009 que los indicadores de bienestar subjetivos tienen el potencial de entregar no solo una buena medida de la calidad de vida per se, sino también una mejor comprensión de sus determinantes. Lamentablemente el debate sobre la felicidad se ha centrado de manera casi exclusiva en los países ricos. Aquí, el amplio crecimiento económico experimentado desde el final de la segunda guerra mundial no ha logrado hacer a la gente más feliz –lo que se conoce como la Paradoja de Esterlin. Los responsables de la toma de decisiones se están dando cuenta que ni un mayor consumo ni un PIB más alto son la clave de la felicidad, desencadenando con esto una prometedora búsqueda de aquello que realmente le otorga valor a la vida. Los gobiernos de varios países han empezado a adoptar las lecciones extraídas de la investigación sobre la felicidad. En el Reino Unido, por ejemplo, la Oficina Nacional de Estadísticas empezó recientemente a recolectar datos sobre la felicidad de 200.000 británicos cada año. 

El rol que cumple el bienestar en el desarrollo es más bien enigmático. ¿No consiste acaso el desarrollo en proveer de techo y comida? ¿Qué sacamos con introducir conceptos poco claros como el de felicidad en este debate? Pese a esto, ha llegado la hora de explorar cómo los datos sobre la felicidad pueden ser utilizados en las políticas que promueven el desarrollo y en la elaboración de una Agenda Post-2105. En efecto, esta información puede ser crucial para quienes están a cargo de la formulación de políticas públicas. Saber cuáles son los factores que realmente importan a los ciudadanos es una ventaja con la que no contaron las naciones ricas cuando se encontraron en etapas equivalentes de su desarrollo. 

Fue en este contexto que llevé a cabo un proyecto de investigación que examinó los datos sobre satisfacción con la vida de 100.000 personas en 70 países distintos. El trabajo, publicado por el Instituto de Estudios para el Desarrollo –Institute of Development Studies-, reveló una considerable heterogeneidad en los determinantes de la felicidad entre los distintos países. En vista y considerando las variaciones en las preferencias de las personas, una Agenda para el desarrollo Post-2015 requiere de una mayor flexibilidad a la hora de escoger las metas para el desarrollo. Para que éstas sean a la medida, deben tener en consideración aquello que en cada país hace a las personas felices más que empecinarse en la búsqueda de un modelo único que sirva a todos como fueron los ODM. 

El nuevo estudio revela que el rol que cumplen tres importantes metas del desarrollo -el ingreso, la salud y la educación- en la satisfacción con la vida de las personas, varía importantemente a través de los distintos países. Con anterioridad a esto, se creía que estos factores eran prerrequisitos universales para la felicidad que importaban a todos de manera similar. Sin embargo, al combinar datos sobre las preferencias subjetivas de las personas con información sobre sus condiciones de vida, se pueden identificar aquellos países que han logrado generar los bienes que realmente hacen una diferencia en el bienestar de las personas. 

Entonces, ¿por qué metas para el desarrollo a la medida? El proceso de adecuación implica básicamente un mayor involucramiento por parte del usuario final en la producción del bien. Difícilmente podría mencionarse un ámbito en el que la participación de este grupo fuera más necesaria que en el de las políticas para el desarrollo. Sus usuarios finales son personas con necesidades, a veces urgentes. Por lo mismo, resulta imperativo considerar su perspectiva adoptando una mayor flexibilidad en las elecciones y los pesos atribuidos a los distintos objetivos del desarrollo. Metas para el desarrollo a la medida podrían ser un medio para este fin. 

*Esta columna fue publicada con anterioridad en la revista Humanum y AE. 

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*Christian Kroll es Investigador de la Jacobs University en Alemania. Trabaja además como project manager en la Bertelsmann Foundation. Investiga temas relacionados con la felicidad, el capital social y la calidad de vida.

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