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11 de septiembre de 2013

La guerra de Yom Kipur: Cuarenta años después, la herida sigue abierta

Israel conmemora esta semana el 40 aniversario de la Guerra del Yom Kipur, que puso de manifiesto la vulnerabilidad del Estado judío.

Ese conflicto sigue generando un agrio debate sobre sus orígenes y consecuencias.

Aunque estalló un 6 de octubre de 1973, el país recuerda a los cerca de 2.300 soldados muertos en la contienda de acuerdo al calendario hebreo, por lo que esta semana abundan en las convocatorias de actos oficiales y artículos sobre un capítulo de la historia del que no se acaba de pasar página.

"Fue todo una mezcla de indignación y frustración (...) El tercer día nos dimos cuenta de que Egipto y Siria tenían una capacidad ofensiva inimaginable", relata el ex brigadier general Uzi Ilam en un libro que acaba de publicar con apuntes personales de 1973.

Asesor del Estado Mayor, Ilam pasó la guerra en el popularmente conocido como "Pozo", la sala de mando en la que generales y altos mandos iban y venían con informaciones del frente.

"La sensación generalizada era de impotencia", asegura sobre la masividad del ataque árabe y el caos inicial en las filas israelíes.

La ofensiva tomó por sorpresa a un Israel que, aunque tuvo claros indicios de los preparativos de guerra de sus enemigos -recibió advertencias muy precisas del rey Hussein de Jordania-, arrastraba aún la euforia de la Guerra de los Seis Días (1967) en la que había arrasado a los ejércitos árabes con una rápida y certera ofensiva aérea, y conquistado el Sinaí, Gaza, Cisjordania, Jerusalén oriental y el Golán.

"La Guerra del 67 nos dio una sensación de seguridad que nunca antes habíamos disfrutado", recuerda Rachel Cohen.

"Creímos que nuestro Ejército de Defensa de Israel (Tzáhal) era invencible, que la nueva profundidad territorial garantizaría nuestra existencia", agrega esta jerosolimitana, que vivió los tres conflictos, en relación al de 1948.

Aunque la Guerra del Yom Kipur resultó un triunfo militar de gigantes proporciones; sigue siendo en el imaginario popular un sinónimo de "desastre" militar y nacional.

Muchos aún recuerdan las palabras del entonces ministro de Defensa, Moshé Dayán, acerca de que se aproximaba "la destrucción del Tercer Templo", eufemismo para "el final del Estado judío" que se había creado tras 2.000 años de exilio.

"Cuarenta años después, la discusión sobre la responsabilidad del fiasco militar sigue abierta", apuntó el diario Yediot Aharonot.

El jueves saldrá a la luz un documento hasta ahora clasificado sobre el testimonio de la primera ministra Golda Meir ante la comisión pública que investigó las negligencias y falta de preparación del Ejército en los primeros días de combates.

Amir Oren, del diario Haaretz, se queja de que el grupo de trabajo responsable de difundir el testimonio de Meir, no revelará detalles acerca de su trascendental encuentro con el rey Hussein dos semanas antes de estallar la guerra, lo que considera un intento de eximir de nuevo a la "dama de hierro" de la responsabilidad de no haber declarado el estado de emergencia.

La sensación de "trauma nacional" en pese a la victoria final de Israel en el campo de batalla, contrasta con la absurda sensación de orgullo que la contienda dejó en Siria y Egipto, típico síntoma de autoengaño y fantasía para tratar de redimirse de la inocultable derrota seis años antes.

Asesorados y abastecidos por la Unión Soviética, egipcios y sirios aplicaron en 1973 tácticas y estrategias novedosas hasta entonces en la historia militar árabe.

Más allá de los mitos, Egipto y Siria sufrieron una derrota humillante (18.000 muertos, alrededor de 2.300 tanques destruidos; 514 aviones derribados, y 19 barcos de guerra hundidos – además el Tercer Ejército Egipcio quedó rodeado y al borde de agotar sus municiones). En consecuencia, los países árabes comprendieron que ni tomando por sorpresa al Estado judío eran capaces de destruirlo militarmente. Al establecerse el cese del fuego, el 25 de octubre, por la presión de la Unión Soviética, las fuerzas israelíes estaban a 40 kilómetros de Damasco (ningún obstáculo se interponía entre el Ejército de Israel y la capital siria) y a 101 kilómetros de El Cairo.

Del lado israelí, las pérdidas de vidas en el campo de batalla y de considerable equipo militar (102 aviones y 800 tanques) convencieron al país de que se debía insistir con la vía diplomática, que acabó en 1979 con el primer acuerdo de paz con un país árabe, Egipto.

El fin de la guerra fue también el comienzo de un período de ajustes de cuentas entre la cúpula militar y la política que acabó en la dimisión forzada del jefe del Estado Mayor, David Eleazar.

Éste fue responsabilizado casi en exclusiva por la falta de preparación de sus tropas y la negligente valoración por parte de la inteligencia militar de que no se produciría una guerra pese a los numerosos indicios en ese sentido.

Despachos y estimaciones de agencias de inteligencia de distintos países apuntan a que la primera ministra había sido alertada de la inminencia de una contienda, advertencias que ignoró, según las investigaciones de académicos.

Meir se vio obligada a dimitir en 1974 por presión de la ciudadanía, pero cuarenta años después la versión oficial de la guerra sigue sin atribuirle la responsabilidad pese las irrefutables conclusiones a la que llegan los historiadores. 

EFE/AURORA

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