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26 de febrero de 2013

La maldición de la riqueza

Muchos países latinoamericanos se quejan de lo sobrevaluadas que están sus monedas, quitando competitividad a las exportaciones y facilitando la invasión de productos importados.

Una de las causas de este problema es la riqueza de América Latina. La región es rica en recursos naturales y la actual bonanza económica latinoamericana se basa en el boom de precios de los commodities que América Latina exporta.

Actualmente, el 93% de los habitantes de América Latina y el 97% de sus habitantes reside en países exportadores de commodities, incluyendo en esta cifra a México, que a pesar de ser un país que ha logrado diversificar sus exportaciones, todavía depende en forma significativa del petróleo para sus ingresos fiscales.

La verdad es que las etapas de la historia económica y política de un buen número de países de la región está relacionada directamente con el auge y caída de los commodities. Las etapas históricas de Ecuador, por ejemplo, se definen como la época del cacao,la época del banano y la época del petróleo. El minero Chile conoció la riqueza a comienzos del siglo XX con el boom del salitre, cuyo precio se derrumbó en los años 20 al ser reemplazado por los fertilizantes artificiales. Esto trajo pobreza e inestabilidad política al país hasta que el crecimiento de la demanda mundial por cobre volvió a brindar relativa prosperidad.

La dependencia latinoamericana de los commodities explica también por qué la región resistió bien la crisis financiera global de 2008 y 2009. Cuando los países ricos comenzaron a entrar en recesión, América Latina se desacopló y pudo seguir creciendo gracias a la demanda china por materias primas.

El crecimiento de China y de otras economías emergentes en la última década, sumado a la demanda estable de los países desarrollados, han hecho subir como la espuma los precios de los commodities, inundando de dólares nuestros países. Esa abundancia ha ayudado a que los dólares sean más baratos, facilitando las importaciones y dificultando colocar en los mercados externos nuestros productos no primarios.

Incluso si no subiera el precio de la moneda local, producir una sola materia prima y venderla con altos márgenes de utilidad hace que la economía de un país siga concentrado en esa materia prima y no busque otras opciones. Esa situación desincentiva la diversificación y la innovación, en un círculo vicioso que parece condenarnos a ser cada vez más dependientes de las materias primas.

El fenómeno ha sido analizado por los economistas y hasta bautizado como “commodities curse” o la maldición de los recursos naturales.

Pero ser rico en materias primas no es sinónimo de ser dependiente de ellas. Países desarrollados como Australia, Canadá, Finlandia, Noruega, Nueva Zelanda y hasta el propio Estados Unidos son ricos en materias primas, y no son dependientes de sus commodities. Lograron industrializarse, innovar y diversificar su matriz de exportaciones.

La participación de las materias primas en el PIB de Australia, Canadá. Noruega y Nueva Zelanda es similar a la que tienen en los países latinoamericanos. Y sin embargo, en América Latina los commodities representan el 24% de los ingresos fiscales, comparado con el 9% en esos cuatro países desarrollados.

¿Que tienen Canadá, Noruega y Nueva Zelanda que no tengan Brasil, Colombia o Venezuela?

Una diferencia está en la calidad de las instituciones y la fortaleza del marco institucional, con reglas del juego claras y transparencia. Cuando hay una sola gran fuente de riqueza, la tentación de echar mano a esa riqueza es grande y la fortaleza institucional dificulta que ello suceda.

Otra diferencia reside en el ahorro de los ingresos generados por los commodities. La tasa de ahorro de Noruega, por ejemplo, es de 38% del PIB, contra 17% en Brasil y 19% en Colombia. Si la riqueza de las materias primas se ahorra, puede invertirse para aumentar y diversificar la riqueza, o guardarse para ser usada cuando el precio de los commodities baje, lo cual tarde o temprano va a ocurrir. Pero si los ingresos se gastan de inmediato, el país será menos rico en la próxima generación.

Ahorrar significa reducir el gasto público, algo que los gobiernos latinoamericanos se resisten a hacer. Pero hay que hacerlo, porque el exceso de gasto siempre termina en políticas monetarias restrictivas que hacen subir la tasa de interés, lo cual atrae dólares y --otra vez-- hace subir el precio de nuestras monedas, volviendo menos competitivos a nuestros productos en los mercados internacionales.

Una tercera diferencia entre los países ricos en commodities que lograron llegar al desarrollo y los países latinoamericanos es la instauración de políticas públicas que fomentaron la industrialización. Para cada país latinoamericano, esa política debería concentrarse en fomentar el desarrollo de industrias asociadas a los commodities que ese país exporta: la petroquímica en los países ricos en petróleo, la agroindustria en los países ricos en alimentos, la tecnología minera y consultoría minera en países mineros.

Una cuarta diferencia está en la calidad de la educación. Los estudiantes de Australia, Canadá, Finlandia, Noruega y Suecia obtienen puntajes muchos más altos en pruebas estándar de conocimientos que los alumnos de todos los países latinoamericanos. Nuestros países deben implementar, de una vez por todas, reformas que se concentren en la calidad de la educación ahora que el problema de la cobertura se ha resuelto.

Todo esto es mucho más fácil decirlo que hacerlo. Pero en definitiva, el problema no es qué producimos, sino cómo lo producimos. La abundancia es casual, lo que hacemos con ella es obra nuestra.

EDITORIAL DE AE

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